I. Retazos históricos
Orígenes de la Hermandad. Datos históricos

I. Orígenes de la Hermandad. Datos históricos
Comenzamos pues, con la primera parte, la que conlleva desde el año 1885 a 1936. En ella los datos más significativos o de mayor relevancia que vamos a encontrar en sus páginas son los siguientes: Orígenes de la Hermandad, Datos Históricos, por ejemplo: La reconquista de esta comarca por el Rey Alfonso X el Sabio y la famosa leyenda de la aparición de la Virgen sobre el tronco de un árbol; las evoluciones que experimenta la ermita de Santa María de Las Rocinas hasta llegar a la construcción y bendición del nuevo Santuario de la Virgen del Rocío; la solicitud que La Palma le hace al Ayuntamiento de Almonte para que este le conceda en propiedad el terreno suficiente en “El Acebuchal” con el objeto de poder construir una Casa para nuestra Hermandad, solicitud que fue atendida y concedido el terreno; el Libro de las Actas y Acuerdos que data desde el año 1885, siendo este el documento más antiguo e importante que posee la Hermandad; el primer Reglamento de la Hermandad; la relación de Hermanos Mayores que ha tenido desde 1885 hasta 2006, ambos inclusive; descripción de la primitiva Carreta; la admisión de mujeres como hermanas de la Hermandad; La Palma en la Coronación Canónica de la Virgen del Rocío; los graves destrozos que personas con ideas anticatólicas le infringieron a la imagen de Nuestra Señora del Rocío vestida de Pastora que se encuentra instalada en la Plaza del Rocío, la quema del Simpecado antiguo de la Hermandad así como los archivos de ella.

Estos temas y otros de menor relieve son los que compondrán esta primera parte de los 122 años de la Historia de nuestra Hermandad que con más o menos acierto hemos traído hasta estas páginas; los cuales, sin más demora, vamos a comenzar a desarrollar, no sin antes pedir disculpas por cuantos fallos se puedan encontrar y que sin duda rebasarán lo permisible.

Nos dice la Historia que debemos situarnos al término de la Reconquista de nuestra comarca que culminó con Niebla en 1262 por Alfonso X El Sabio, pero por causa de una sublevación mudéjar en 1264 y de las que siguieron produciéndose y que no terminaron hasta 1285, no se hizo la repoblación definitiva de estos lugares hasta el comienzo del siglo XIV.

Este siglo XIV, por muy diversas causas, es la gran época de floración de los señoríos jurisdiccionales y de la constitución de estados patrimoniales de la nobleza. En nuestra comarca surgen, en 1293 el señorío de Huelva, concedido con carácter vitalicio por Sancho IV a Don Juan Mathe de Luna; en 1304 el de Gibraleón a Don Alfonso de la Cerda; en 1379 Juan I hace donación a Don Alvar Pérez de Guzmán de las villas de Palos, Villalba y el lugar de La Palma; el señorío de Villalba y Palos vienen por herencia a parar en los López de Zúñiga y el señorío de La Palma pasó por diversas vicisitudes hasta venir a parar a los Alcázar.

Hecho de excepcional importancia para la vida de la comarca es la creación del Condado de Niebla en 1369 por merced de Enrique II en la persona de Don Juan Alonso Pérez de Guzmán. Almonte era, a la sazón, señorío de otra rama de los Guzmanes, los descendientes de Don Pedro Núñez de Guzmán y Alonso de Portugal, alguacil mayor de Sevilla, que había recibido la Villa en señorío y con su término quedaba totalmente encerrado dentro de los dominios de los Condes de Niebla que poseían, de un lado, la faja costera de tierra donada por Sancho IV a Guzmán El Bueno, de la otra parte, el Condado, tránsito obligado para su comunicación con Sanlúcar de Barrameda, razón por la cual, los Condes de Niebla procuraron con gran interés la adquisición de Almonte para anexionarlo al Condado, aunque nunca llegó a formar parte de él, y porque además, el Camino Real que unía el Condado con Sanlúcar de Barrameda, cabeza de los señoríos de la Casa de Guzmán, atravesaba el término de Almonte en su máxima dimensión.

    Alfonso X el Sabio se había reservado para sí los mejores cotos de caza para sus monterías, tales como “Las Rocinas”, “Lomo de Grullo”, “Doñana”, etc. y en uno de dichos cotos, el que hoy conocemos como “Madre de las Marismas”, existía un templo almohade que mandó reconstruir, convirtiéndolo en una ermita cristiana que medía las diez varas de longitud de las que siempre les hemos leído y escuchado a los más distintos y prestigiosos historiadores de la Historia del Rocío, ordenando que en ella se colocara una Virgen, hecho este muy frecuente en la Reconquista: el de situar o colocar en los territorios conquistados imágenes cristianas que sirvieran para fomentar la repoblación y el culto en dichos territorios.

La imagen que se entronizó en la citada ermita fue una talla de estilo gótico y esto debió de suceder hacia el año de 1262. Una vez terminadas las obras de restauración de la ermita, posiblemente en 1280, se comenzó a venerar la imagen allí entronizada con la advocación de Santa María de Las Rocinas.

Hemos de decir que un camino condal pasaba próximo a la Ermita de la Virgen y las tres leguas mal contadas que la separaban de Almonte era una buena media jornada para hacer un descanso en el “Bodegón de Joaquín Freyle”, situado frente a la Ermita, a unos 300 o 400 metros de la misma en línea recta, (en lo que hoy conocemos como “La Canaliega”) y en el que cazadores, piñoneros, tratantes, carboneros… todos, hasta los más acuciados por la prisa, se detenían para saludar a Santa María de Las Rocinas y pedirle salud y buen viaje.

Maticemos que la fachada principal de la Ermita primitiva se encontraba frente a la “Madre de las Marismas”, en el lateral derecho del actual Santuario; era precisamente, la portada situada en el interior de la llamada “Sala de los Milagros” y estaba orientada hacia el Sur, tal como se recoge en las Primitivas Reglas de la Hermandad Matriz de Almonte.

Esta y no otra razón, la entronización de la Virgen en la Ermita por el Rey Alfonso X El Sabio, según afirman la mayoría de los historiadores del Rocío, así como la propia lógica que se desprende del tema, debe servirnos como parte de las respuestas a las preguntas que nos hacíamos acerca del origen de la devoción a la Sagrada y Venerada Imagen, aún cuando existen otras versiones o leyendas que lo quieren atribuir a la milagrosa aparición sobre el tronco de un acebuche milenario y de ellas, la más bella y la más divulgada es la que podemos contemplar en las Reglas Primitivas de la Pontificia, Real e Ilustre Hermandad Matriz de Nuestra Señora del Rocío de Almonte, cuyo contenido nos dice lo siguiente:

“Entrado el siglo XV de la Encarnación del Verbo Eterno, un hombre que, o apacentaba ganado o había salido a cazar, hallándose en el término de la villa de Almonte, en el sitio llamado La Rocina, cuyas incultas malezas le hacían impracticable a humanas plantas y sólo accesible a las aves y silvestres fieras, advirtió en la vehemencia del ladrido de los perros, que se ocultaba en aquella selva alguna cosa que les movía a aquellas expresiones de su natural instinto. Penetró, aunque a costa de no pocos trabajos, y, en medio de las espinas, halló la imagen de aquel sagrado Lirio intacto de las espinas del pecado, vio entre las zarzas el simulacro de aquella Zarza Mística ilesa en medio de los ardores del original delito; miró una imagen de la Reina de los Ángeles de estatura natural, colocada sobre el tronco de un árbol. Era de talla, y su belleza peregrina. Vestíase de una túnica de lino entre blanco y verde, y era su portentosa hermosura atractivo aún para la imaginación más libertina.

Hallazgo tan precioso como no esperado, llenó al hombre de un gozo sobre toda ponderación, y, queriendo hacer a todos patente tanta dicha, a costa de sus afanes, desmontando parte de aquel cerrado bosque, sacó en sus hombros la soberana imagen a campo descubierto. Pero, como fuese su intención colocar en la villa de Almonte, distante tres leguas de aquel sitio, el bello simulacro, siguiendo en sus intentos piadosos, se quedó dormido a esfuerzo de su cansancio y su fatiga. Despertó y se halló sin la sagrada imagen; penetrado de dolor, volvió al sitio donde la vio primero, y allí la encontró como antes. Vino a Almonte y refirió todo lo sucedido, con la cual noticia salieron el clero y cabildo de esta villa y hallaron la santa imagen en lugar y modo que el hombre les había referido, notando ilesa su belleza, no obstante el largo tiempo que había estado expuesta a la inclemencia de los tiempos, lluvias, rayos de sol y tempestades. Poseídos de la devoción y del respeto, la sacaron de entre las malezas, y la pusieron en la iglesia mayor de dicha villa, entre tanto que en aquella selva se labraba templo.

Hízose, en efecto, una pequeña ermita de diez varas de largo, y se construyó el altar para colocar la imagen, de tal modo que el tronco en que fue hallada le sirviera de peana. Adorándose en aquel sitio con el nombre de la Virgen de las Rocinas”. 

Dejaremos esta preciosa versión como pura leyenda de la realidad histórica de los orígenes rocieros, ya que según nos cuentan los historiadores del Rocío, desde finales del siglo XIII y principios del XIV, toda la comarca se fue poblando y erigiéndose dentro de ella Ermitas dedicadas a la Virgen en las que eran veneradas algunas imágenes de la Señora, como esta de Santa María de Las Rocinas, razón por la cual, al encontrarse en un privilegiado cruce de caminos (la vía pecuaria desde Sanlúcar de Barrameda, cabeza de los Señoríos de la Casa de Guzmán, a Niebla, el Camino de Las Camarinas, desde el mar hasta el aljarafe sevillano y el Camino de Moguer, que unía los puertos con Sevilla), nos hace suponer que el paso de viajeros por aquella ruta sería muy frecuente, lugar idóneo para hacer un alto en el camino y orar ante la imagen de la Virgen de Las Rocinas y pedirle salud y buen viaje.

La documentación más antigua que se conoce acerca de la Santísima Virgen del Rocío se le atribuye al Rey Alfonso XI, quien en su “Libro de la Montería”, nos relata que  “en tierra de Niebla ha una tierra quel dicen Las Rocinas, e es llana, e es toda sotos; e ha siempre hi puercos, e son de correr en esta guisa: poner la vocería entre un soto e otro en lo más estrecho, e poner el armada al otro cabo, en lo más ancho...”

Y a fuerza de experimentado conocedor del lugar, nos explica que  “non se puede correr esta tierra sinon en invierno muy seco, que non sea llovioso, e en verano non es de correr, porque es muy seca e muy dolentrosa e señaladamente son los mejores sotos de correr cabo de una eglesia que dicen Santa María de Las Rocinas”

Es evidente que la imagen de Santa María de las Rocinas ya existía en el siglo XIV y por supuesto, era conocido el Santuario. Niebla se conquista en 1262 y en este Reino estaba comprendido Almonte con sus tierras, también Las Rocinas, lugar donde estaba el Santuario, cuya fecha de fundación, aunque imprecisa, puede afirmarse que fue a finales del siglo XIII.

En 1400, en tierras del Señorío del Conde de Niebla, cerca de  Bollullos, se erigió un convento regido por los Frailes Terceros Regulares de San Francisco en el que se veneraba una devota imagen de la Virgen con la advocación o título de Santa María de Morañina. Pronto creció la devoción hacia esta Virgen y el Monasterio se hizo centro de peregrinaciones de toda la comarca, entre ellos Bollullos, La Palma, incluso Almonte y otros pueblos más.

En 1602, esta Comunidad de San Juan de Morañina se trasladó a Sevilla, llevándose consigo cuantas cosas pudieron transportar y entre ellas la venerada imagen de la Virgen que pusieron al culto con el nombre de Nuestra Señora de Consolación, depositándola en la Capilla Mayor de la Iglesia de Los Terceros, hoy de los Padres Escolapios de la capital hispalense.

Con ello, toda la comarca al norte de Almonte, al perder definitivamente la imagen de la Virgen de Morañina, orientó su devoción al ya famoso Santuario de Santa María de Las Rocinas y fue entonces cuando surgió el nacimiento de nuestra Hermandad, la primera de esta comarca, muy por detrás, evidentemente, de la ya existente Hermandad Matriz de Almonte y años más tarde que las Hermandades Filiales de Villamanrique de la Condesa y Pilas.

Por nuestra parte, debemos añadir a lo ya expuesto que nuestros antepasados debieron comenzar a venerar a la Santísima Virgen de Las Rocinas en los finales del siglo XVI o a principios del XVII. Ya hemos dicho que el enclave en el que se encontraba la Ermita resultaba fundamental y determinante para que fácilmente se difundiera en nuestro pueblo la devoción por esta Virgen, ya que el paso continuo por ella de todos los palmerinos que por algún motivo tuvieran que tomar aquella ruta aprovechaban la ocasión para hacer una parada en el camino, entrar en la Ermita y rezar y contemplar la impresionante belleza de la Señora.

Estas continuas visitas sirvieron para que se proclamara por todos los rincones de La Palma la devoción a la Serena Belleza de la Virgen de Las Rocinas, quien con esta advocación fue votada y proclamada Patrona de Almonte en la fecha del 29 de junio de 1653 para poco después pasar a llamarse de manera definitiva con el nombre de María Santísima del Rocío.

¡Rocío!...! ¡Nombre sublime y hermoso que evoca la inspiración divina y resplandece como el brillo de mil luceros, llevando prendido en sus letras olores de pino y romero con sonidos de tamboril y de flauta! ¡Nombre que cuando se pronuncia deja en los labios sabores de limón y de canela con frescores de menta y aromas de hierbabuena! ¡Nombre al que le acompaña tanto encanto, tanta dulzura y tanta gracia que consigue que el nombre de aquel rincón del Coto, llamado Las Rocinas, desaparezca y comience a conocerse con el nombre de El Rocío!.

Hace unos momentos que acabamos de decir que en La Palma, en nuestro pueblo, se debió comenzar a venerar a la Santísima Virgen de Las Rocinas a finales del siglo XVI o al principio del XVII, sin que con ello estemos afirmando que nuestra Hermandad existiera como tal, pues según nos dice el que fuera prestigioso historiador del Rocío Don Juan Infante-Galán Zambrano (ya fallecido), las Hermandades Filiales no comenzaron a surgir hasta el último cuarto del siglo XVII y por tanto, si respetamos esta autorizada opinión, nuestra Hermandad debió de nacer, como muy tarde, antes de finalizar ese siglo XVII al que nos estamos refiriendo.

La primera vez que a La Palma la vemos aparecer como Hermandad es en el siglo XVIII, en las Primitivas Reglas de 1758 de la Hermandad Matriz de Almonte, ordenadas en 1757 y aprobadas por el Vicario General del Arzobispado de Sevilla Don José Aguilar y Cueto, en la fecha del 7 de agosto de 1758 y en las que en su capítulo VI, que trata sobre las Hermandades de otros pueblos, nos dice lo siguiente:

“La acreditada devoción que muchos pueblos tienen a Nuestra Señora del Rocío, les ha movido a establecer en cada uno de ellos su Hermandad, como en esta villa, en las de Villamanrique, Pilas, La Palma y Rota y en las ciudades de Moguer, Sanlúcar de Barrameda y El Gran Puerto de Santa María”.

La Hermandad de Rota se extinguió en 1808, perdiendo por este motivo su antigüedad e incorporándose de nuevo cuando transcurrieron 170 años, es decir, en el año de 1978, ocupando en la actualidad el número 52 en el orden de antigüedad y la Hermandad del Puerto de Santa María, al igual que la Hermandad de Rota, perdió también su antigüedad ya que desapareció a principios del siglo XIX, restableciéndose otra vez en el año de 1959 y figurando con el número 32 en el orden de antigüedad entre las Hermandades Filiales de la Hermandad Matriz.

Con este brevísimo y resumido recorrido que hemos realizado por la Historia del Rocío, las interrogantes que nos planteábamos al principio de nuestra Introducción, a modo de Prólogo, sobre cuándo, cómo y por qué en La Palma se comenzó a rendirle Culto y Devoción a la Virgen del Rocío, creemos que habrán quedado aclaradas y respondidas, tres preguntas que perfectamente pueden quedar resumidas en dos: Cuándo y por qué.

¿Cuándo?... Cuando en 1602 la Comunidad de San Juan de Morañina se trasladó hasta Sevilla, llevándose con ella la venerada imagen de Santa María de Morañina, dando motivo con ello a que La Palma orientara su devoción hacia el ya famoso Santuario de la Santísima Virgen de las Rocinas. La segunda de las preguntas debe quedar contestada con la siguiente respuesta: Porque el enclave en el que se encontraba este Santuario resultó ser fundamental y determinante para que todo aquel palmerino que tuviera que tomar aquella ruta para resolver cualquier tipo de negocio, aprovechara la ocasión para detenerse unos momentos y rezar y admirar la increíble e impresionante belleza de la Santísima Virgen de Las Rocinas, para más tarde, a su regreso a La Palma, divulgarla por todos los rincones de nuestro pueblo, fomentando de esta manera la devoción por esta Virgen.

Todo ello, como ya hemos dicho, en los finales del siglo XVI o a principios del XVII y por tal motivo, no debemos tener reparo alguno en decir y afirmar, cuando la ocasión se nos presente, que en nuestro pueblo le venimos rindiendo pleitesía de amor y devoción a la Blanca Paloma desde hace más de cuatro siglos.

¡Cuatro siglos caminando hacia la Blanca Paloma! ¡Cuatro siglos escuchando en nuestros oídos el bello susurro del Nombre de la Virgen!: Rocina o Rocío, ¡qué más da! ¡Son más de cuatro siglos en los que La Palma, en el transcurso de la Historia, los fue labrando para sembrarlos con la fe y con la devoción de palmerinos ilustres y de palmerinos sencillos, de palmerinos de botos altos y de palmerinos de humildes alpargatas, donde todos juntos fueron esparciendo, de generación en generación, esa semilla que vigorosamente germinó hasta convertirse en la espléndida y abundante cosecha de rocieros de la que hoy día se siente orgulloso el pueblo de La Palma!.

¡Más de Cuatro siglos de Caminos!; ya lo dijo el poeta:  “Caminante, no hay camino, se hace camino al andar”…  ¡Y La Palma ha hecho caminos y los va a seguir haciendo con las continuas y múltiples pisadas que seguirán dejando sus peregrinos!

 

“Cuatro siglos hacia atrás

el Coto, solo era el Coto

y ya iba mi Hermandad, 

tradición que no se ha roto

hasta El Rocío a rezar...”

 

Padre Quevedo